A ella no le gustan los dinosaurios.

Hace tres días había terminado de leer el libro que había encontrado tirado en la calle, al lado de una hoja seca que no pudo pisar por tiempo. Le aburría completamente el hecho de tener que bajar todas esas escaleras una y otra vez. Tantas veces. Y es que nadie entendía que en veinticuatro peldaños podían caber perfectamente doce tractores rojos, y eso sí que sería útil, tener a la ciudad andando en tractores. Rojos. Sí, porque esa estación de metro era lo más aburrido del mundo y en invierno no había nadie que le quitara el sueño. Y nadie, tan Don Nadie que era él. Corría. Todo porque había estado cinco minutos más de lo debido acostada, con la cabeza contra la almohada. Se sentía como una nube; todo era tan caótico mirado desde ahí. Y la mirada llena de magia. Fuerte. Odiaba esa palabra y la magia disipaba. Pretender, entonces, no servía. No porque la última palabra inútil cayó en tu mente deberías sentirte feliz. Terminaba el escalón veinticuatroavo y observaba a la gente de siempre. De siempre. Ese siempre que duraba una o dos semanas porque la memoria se le acababa, y ya nada de originalidad le quedaba a esa mente tan apócrifa. Ya no gastaba el tiempo maldiciendo, pero le quedaban dos lápices de colores y le faltaba mina cero punto siete para el portaminas. Y nada podía dibujar con verde y celeste porque no combinaban y menos si la imaginación se le había ido en el vagón anterior.
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Ni idea la razón del título, no sé nada y jshjkfnsksj. Me gusta escribir de vez en cuando de esa manera.
Qué estén bien, gente. C: