Medianoche en la Avenida.

La medianoche había llegado.
Cambiaba de pie, avanzaba lentamente, analizaba sus solitarios pasos. Veía edificios grises, antiguos, de estilo victoriano. Las estrellas brillaban más que ningún otro día, al igual que la luna, mas la avenida se mantenía extrañamente oscura. Por la calle no se divisaba ningún auto, se respiraba el melancólico aire, lleno de frio, y memorias pasadas. La tinta de la última carta aún parecía intacta, se revivía una y otra vez en su mente, se repetía, entraba en su mente, como un columpio que no terminaba nunca de sonar, de ir adelante y volver atrás.
Al fondo de la calle había un árbol de hojas secas y anaranjadas, rodeado de las ya caídas. A su alrededor, las luciérnagas alumbraban el árbol, giraban, formaban complejas figuras.
Había llegado al punto final.
Era inalcanzable, efímero e inmortal.