Copos de nieve.

I: Mein retter, meine schneeflocke.

S
e escondió detrás del árbol por la tarde, intentando buscar su sombra; buscando el lugar preciso para acomodarse y tejer. Tejería una bufanda blanca, la llenaría con todos los recuerdos, fotografías y esencias que tenía de la última vez que nevó en su ciudad, la primera vez que le siguió a casa. Cuando el vestía la larga chaqueta café y las botas que tanto le gustaron. Tenía entonces cinco años, mas recordaba a la perfección donde vivía el chico; cerca de la tienda de frutas y el pasadizo secreto donde jugaban con sus amigos.
Él era el chico que tocaba el acordeón por las tardes, para ganar dinero y comprarse una bufanda más bonita, más blanca que la del año anterior; pero siempre tenía una oscura.
Sabía que él cuidaba de un gato al que llamaba Sniég (O algún extraño nombre que comenzara con "s"), sabía que usaba un paraguas azul, que en realidad era de su hermana, que odiaba porque era muy frágil y con la nieve se rompía.
A veces lo miraba desde su ventana, a veces lo seguía cuando soplaba burbujas, a veces le gustaba observar como el chico jugaba con ellas.
Sabía que le gustaba cuando nevaba. Sabía que le gustaba sentir las gotas de lluvia cayendo sobre su cara, desordenando su brillante cabello. También sabía que todavía no tenía una bufanda.
Pero no sabía su nombre.

Cuando despertó esa mañana, cuando escuchó los copos de nieve caer por su ventana; supo que era hora de hablarle. Llevaba años siguiéndole, y sabía que el chico iría a tocar su acordeón al centro de la plaza, que él estaría ahí, con su música decorando la plaza.
Y ella también estaría ahí.

Terminó el último trago del té, observó al alrededor de su hogar, comprobando que no había nadie. Se levantó del asiento, abrió la puerta de entrada y salió a encontrarse con el grisáceo día, con las nubes cubriendo el cielo y la nieve apoderándose de todo, coloreando el frío paisaje de blanco.
Sus botas rojas no le dejarían caer, no se resbalaría en la nieve, correría, correría lo más rápido que pudiese. A medida que avanzaba, observaba como la gente, hombres y mujeres, sacaban de sus pórticos y puertas la nieve que no los dejaba avanzar. Sonrió ante esto, mientras corría.
Lo único que escuchaba era su acelerada respiración y sus pasos, buscaba entre las multitudes aquel pasadizo.
Ahí estaba.
Tocando aquella canción; parado sobre un monumento, con gente a su alrededor. Su cabello se desordenaba con el viento, pero seguía concentrándose en la melodía y sonriendo al público.
Esperó a que todos se marcharan, que todos los hombres con chaquetones oscuros y mujeres con sus hijos dejasen el dinero sobre el sombrero que el chico había puesto en el piso.
- ¡Un artista! Eso es lo que le hace falta a la ciudad, gracias, pequeño-le señalaba un hombre de gorra negra. El menor respondió con una sonrisa. Y se alejó caminando.
- ¡Hey!-gritó la chica-¡Espera!
Sus exclamaciones parecían ser las últimas hojas caídas del otoño.
Los copos de nieve caían sobre el rubio cabello del chico, quien los quitó mientras dirigía su mirada hasta la chica; abrió los ojos.
Esta extendió sus brazos y le entregó la blanca bufanda que había tejido esa mañana, rociada delicadamente con nieve.
***

Dioses, alguien que me enseñe a hacer finales decentes.
Y esta mañana chispeó, si bien no alcanzó a llover, estubo nublado y cumplo parte de mi promesa: escribir algo "bueno". Por lo menos a mi me gustó. Opinad ustedes. (:
¡Gracias por leer!
Fernanda.